Todo el mundo sabe el ya clásico chiste que dice “¿Qué diferencia hay entre un abogado y un cuervo? - Que uno es un animal de rapiña, vive de la carroña, de la basura y de lo ajeno. Acecha a sus víctimas y cuando se descuidan, ataca. Primero le come los ojos, chupa la sangre de los mas indefensos, y después termina de destrozarla... - Y el otro es un inocente pajarito negro.” Debo confesar que cuando leí por primera vez el chiste no pude dejar de reírme. Y las veces posteriores en que lo he vuelto a leer ha ocurrido el mismo efecto.
Esta mala fama, sin duda alguna, no es gratuita en ninguna parte. Como bien dice el refrán “en todas partes se cuecen habas”, significa que en todos lados hay jueces corruptos, actuarios degenerados e inmorales, receptores flojos y que no están dispuestos a notificar cuando se trabaja en base al privilegio de pobreza (es decir, cuando las personas son atendidas gratuitamente por ser de escasos recursos).
Sea como sea, el abogado o el que aspira a serlo (como yo y otros miles en el país) han tenido la imagen de pacato, seriote, sin imaginación y, en algunos casos, el mote de fresco (conozco a un par así jajajaja).
Dentro de todas las materias que se estudian en cada una de las ramas existe una, el Derecho Civil, que contiene una división y sección referida a los contratos, donde se estudia cada contrato en particular, pero, además de eso, la interpretación de estos. Interpretar, a grandes rasgos, es determinar el verdadero sentido y alcance de algo: algunos hablan de determinar el verdadero sentido y alcance de la ley, de un contrato, de una sentencia, etc.
A propósito de ello, y leyendo a López Santa María (Los Contratos, Editorial Jurídica de Chile, 2001) para un fatídico control de lectura que tuve el día de ayer, martes 06 del 06 del 06, la fecha en teoría del anticristo, me encontré, dentro de su texto, con algo digno para ser citado, a propósito de lo frustrante que puede ser la labor interpretativa, al existir complejidades e incertidumbres, para tratar de adivinar lo que quisieron las partes al manifestar su voluntad: “Hay palabras que tienen sombra de árbol. Otras que tienen atmósfera de astros. Hay vocablos que tienen fuego de rayos, y que incendian donde caen. Otros que se congelan en la lengua y se rompen al salir, como esos cristales alados y fatídicos. Hay palabras con imanes que atraen los tesoros del abismo. Otras que se descargan como vagones sobre el alma. Altazor desconfía de las palabras. Desconfiad del ardid ceremonioso. Y de la poesía”.Quien lo diría: Huidobro citado en un texto sobre interpretación de los contratos. Simplemente notable.
Pero hay mas cosas relacionadas con la interpretación de los contratos y la voluntad de las partes en el mismo libro de López Santa María. Citando una tesis del año 1915 también muestra algo mas que letras, y cito a continuación: “Buscad la intención de las partes, buscadla por todos los medios posibles, no os limitéis a escudriñar la declaración de voluntad propiamente dicha, sino que tened en cuenta el carácter de los autores del acto, sus costumbres, sus sentimientos, sus pensamientos, su pasado; penetrad en un instante en su vida, para tratar de leer hasta el fondo de su alma, pues es allí solamente donde se encuentra escrita la verdadera solución del problema”
Así también, el viejo y sacralizado Andrés Bello dio su toque poético al escribir el Código Civil. En el articulo 102 del código, al definir matrimonio dice: “El matrimonio es un contrato solemne por el cual un hombre y una mujer se unen actual e indisolublemente, y por toda la vida, con el fin de vivir juntos, de procrear, y de auxiliarse mutuamente”. ¿Qué tiene de poético? La definición y su ubicación en ese número no es al azar: lo definió en el 102 porque dijo que el matrimonio “lo sentían los dos, el marido y la mujer”.
Como se ve, los abogados y proyectos de estos también tenemos corazón, a pesar que esté en algunos casos, muy en el fondo, y en algunos casos, putrefacto.