domingo, abril 20, 2008

Bitácoras estivales: De Totoralillo

Después de muchos siglos, como pudieron ver, estuve algo desaparecido -si es que se notó- pero no importa. Si los blogs pudiesen tener vida propia, este es muy probable que me haya demandado por abandono en algún tribunal de familia (en caso de ser mi hij@), o en los de la nueva reforma (si hubiese sido un extraño al cual se supone, cuidaba). Quizás, tenga hasta la calidad de hijo bastardo para el mundo entero, que como suele ocurrir, odia al padre indiferente.
Me escuso de antemano con mis amig@s del mundo de los blogs, por tanta indiferencia y dejación manifiesta.
Este período sirvió para desconectarme en parte del mundo, lo cual necesitaba hace mucho tiempo, y dar a mis turbulentos sentimientos una pausa antes de volver a la gran batalla de la vida. Batalla que aún no termina estando en una Universidad tan aproblemada, con situaciones delictuales entre medio, y que hace que mi futuro y el de muchos compañeros se vea negro, negrísimo. Es de esperar que el mercado laboral me reciba con los brazos abiertos en las próximas semanas y que, de existir algún ser superior, oiga las lastímeras súplicas de quienes necesitan un auxilio express en su vida estudiantil.
¿Porque todo esto? Porque vengo terminando las quizás, vacaciones mas largas de mi vida. El 1º de abril -teóricamente hasta el momento- volví a las aulas a proseguir con los asuntos pendientes del año pasado que, de no haber mediado amarguras, en este momento otro pájaro estaría cantando.
También alrededor del país y el mundo ha corrido muchísima agua bajo el puente: la muerte de Volodia, el atentado al moai del Ahu de Anakena, el fallo de la Píldora del día después, el atentado a la reliquia de la Virgen del Carmen en la Catedral de Santiago, la represión y violencia en el Tibet, la crisis de las FARC entre muchos otros asuntos han quedado postergados para una próxima ocasión.
Ahora bien, hay mucho paño que cortar respecto a lo que fue el período estival de este seguro servidor.
Todo comenzó el 17 de enero, al salir de un detestable examen de derecho tributario, el cual, para mi desgracia en ese momento, me fue mal, ergo, al repechaje marxistico. A partir de esa fecha se podría decir que todo fue "jolgorio" y buenas lecturas, las cuales tuve la suerte de proveerme en las primeras semanas del año. Historias sobre los cátaros, las memorias de Thor Heyerdahl, escritos sobre la libertad de expresión en nuestro país y un aburridisimo (pero no por eso menos interesante) libro de Eugenio Tironi conformó la parrilla cultural mas inmediata a la cual tuve acceso.
No todo fue libros. Las obligaciones playeras fueron fundamentales, y la administración de cabañas también, por lo que pude conocer arrendatarias jovencitas muy adorables -sabrosas de todas maneras- pero desordenadas, y familias muy simpáticas, sin ningún problema de relaciones humanas, salvo el típico vecino aguafiestas que alega por todo. Pasaron varias cosas durante este tiempo, pero principalmente algunas que dudo vuelva a disfrutar en mi vida. Y es que precisamente una de las vivencias que guardo desde ahora en mi corazón con mayor cariño es el haber compartido con los pescadores de la caleta de Totoralillo, y participar de sus faenas de pesca en el mar.
Si bien a muchos de mis "entrañables conocidos" les hubiera encantado que le entrara agua al bote, o bien que naufragara, ninguno de esos deseos se cumplió, ya que la experticia de don Guayo era a prueba de fuego.
El acuerdo para dicha peripecia fue el día anterior, ya que como es costumbre, acudí con unos familiares a andar en bote y comprar los sabrosos productos marinos que nos ofrece la costa y sus roqueríos, además para conversar con los lugareños con quienes hemos estrechado los lazos de unión durante el tiempo. Una vez acordados el día y la hora, fuimos advertidos que debíamos ir abrigados, ya que la noche mar adentro es heladísima, incluso en verano.
Llegando a la casa, contaba impaciente las horas para iniciar la jornada vespertina de pesca... se me hacían eternas las horas hasta que finalmente me pasan a buscar, y de ahí iniciamos el largo viaje a la pequeña caleta de Totoralillo.
Una vez llegados allá, don Guayo (nuestro anfitrión), junto a sus hijos (Diego y el Pulga) nos recibían e iniciaban los preparativos de rigor: limpieza del bote, despejar el embarcadero, poner los rollizos para lanzarlo a la mar, y proveerse de las rapalas, entre muchas otras. Los niños, cuyas edades fluctúan entre 6 y 8 años, también se preparaban para la jornada, calzándose sus botas y abrigándose como corresponde.
De ahí el momento esperado: el lanzamiento del bote y subirse a él antes de entrar totalmente al agua. Por la complejidad de la operación y de la marea, se debía hacer con una gran rapidez, la que afortunadamente sorteé con éxito. De ahí, internarse a remo hasta que se lograra una cierta distancia de los huiros y algas que dificultan el avance del motor.
Pasados los minutos, se inicia uno de los viajes mas esperados de mi vida. Y precisamente esa jornada contemplaba la pesca de la sierra, un pescado que, si bien no es muy sabroso, tiene bastante gracia... es cosa que cada uno se la encuentre.
Tiene su arte este duro oficio: no es lo mismo pescar una sierra, que una merluza, o un congrio. Cada una de esas bestias se pescan de diferentes maneras: redes, espineles o rapala según corresponda. Sea como sea, la cosa se iba poniendo muy entretenida... a medida que nos internábamos, don Guayo contaba sobre su vida, sobre su familia, sus hijos y los anhelos que tenia, de como era la vida en el mar, de como se gobernaba un motor en caso de oleaje fuerte. En fin, contaba como era la vida de un hombre de mar, que no tiene la certeza plena de si volverá con vida a tierra firme una vez que pisa el suelo cálido y acogedor de su caleta.
Mientras seguía la amena conversación, el oleaje aumentaba, y el día comenzaba a llenarse con la penumbra diaria. Pero así también comenzaban las buenas noticias, en especial aquella que nos convocaba: los primeros peces empezaban a picar la rapala. Una, dos, tres, ¡¡¡siete!!! sierras para la jornada.
Salvo un "pequeño" incidente ocurrido a bordo, a eso de las 10:30 de la noche estábamos regresando contentos y satisfechos por la labor realizada esa magnifica tarde. Una vez en tierra, y dado que teníamos 7 sierras que no sabíamos como destripar, fuimos testigos de una rápida lección para ello, la cual estoy seguro, aprobé con una meritoria nota, ya que posteriormente procediendo de ese modo, pudimos tener alimento por unos días.
Luego, y sin esperarlo de ninguna forma, ocurrió otro gran hecho significativo: fuimos honrados con una invitación consistente en compartir la mesa junto con nuestros amigos pescadores. Para el efecto, nos dirigimos a la tienda y una vez instalados ahí, aprovechamos de conversar ya con toda la familia de don Guayo, entre ellos su señora, su hijo Felipe de 14 años y el mayor de 20, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos. Nos acompañaban el Pulga y Diego. Cada uno con sus proyectos y dramas personales: Felipe deseaba seguir la vida del hombre de mar. Además le gustó mi ridículo sombrero tipo Gilligan. El mayor quería estudiar mecánica. La madre de familia con sus problemas médicos y los conflictos con la justicia dados por una negligencia médica, para lo cual, en el acto, eche a correr la labor de todo aquel que anhela por luchar y en parte velar por los derechos de las personas.
La velada fue grata, a pesar de los insistentes llamados que recibía mi primo para partir a la casa nuevamente.
No habían lujos. No había tecnología, pero si había una cosa muy importante que el dinero jamás podrá comprar: sinceridad, humildad y mucho cariño, que tanto escasea en el frío y materialista mundo de hoy. Es impensable creer que aún exista gente en el mundo que es feliz con un trozo de nylon y una sonrisa en el rostro, pero esa gente SI lo era, con las precariedades que ellos mismos contaban que tenían en su entorno, pero con la seguridad que el alimento jamás les faltará por tener al frente un fecundo jardín etéreo.
El conjunto de sensaciones vividas ese día, sin duda, realmente es algo que jamás olvidaré.